La reciente catástrofe en Valencia, que desde el 29 de octubre ha dejado a su paso destrucción y más de 220 muertos, reveló la solidaridad de la llamada «generación de cristal». Miles de jóvenes se movilizaron voluntariamente para ayudar a los afectados por las inundaciones, rompiendo el estereotipo de apatía que suele asociarse con los nacidos después del 2000. Equipados con palas, botas y suministros, recorrieron largas distancias hacia zonas devastadas para limpiar calles y asistir a víctimas.
Vecinos como Noelia Sáez, de Catarroja, destacaron la labor de estos jóvenes. La estudiante de ingeniería industrial Ángela Noblejas, de 19 años, viajó con sus amigas a Algemesí para entregar productos de limpieza, enfrentando condiciones insalubres causadas por el barro acumulado. Noblejas comentó que esta experiencia la inspiró a seguir participando y contribuir a reconstruir su comunidad.
La labor de los voluntarios jóvenes también surge en medio de críticas hacia la lenta respuesta de las autoridades en el rescate. En contraste, los voluntarios, organizados en redes sociales, llegaron rápidamente al lugar de los hechos con herramientas y energía para apoyar. José Antonio López-Guitián, humorista valenciano, señaló que aunque algunos consideran a los jóvenes “blandos”, estos demostraron su capacidad al involucrarse en actividades con un propósito significativo.
Para Teresa Gisbert, residente de Sedaví, la ayuda de los jóvenes ha sido invaluable. Agradecida, expresó que los voluntarios eran «como ángeles» en esta crisis. La tragedia ha dejado huella en esta generación, cuyo compromiso desmiente los prejuicios y reafirma su capacidad de actuar en momentos críticos.