El mundo despidió al Papa Francisco en un funeral que, fiel a sus deseos, estuvo lleno de sencillez y emotividad. Tras una misa de cuerpo presente en la Plaza de San Pedro, presidida por el cardenal Giovanni Battista Re, el ataúd de madera que resguardaba los restos del primer Papa latinoamericano y jesuita fue llevado a la Basílica de Santa María la Mayor, donde fue sepultado bajo la imagen de la Virgen Salus Populi Romani.
El cortejo recorrió seis kilómetros entre lágrimas y aplausos, acompañado simbólicamente por niños, pobres, migrantes, exreos y personas transgénero que aguardaban con rosas blancas, recordando el compromiso inquebrantable del Papa con los más desfavorecidos. La tumba, elaborada con mármol de Liguria, lleva únicamente la inscripción «Franciscus», en un gesto que simboliza su humildad.
Más de 400 mil personas, entre ellas líderes mundiales, religiosos y fieles de todas las edades, se reunieron en la Plaza de San Pedro para rendirle homenaje. Durante la homilía, Battista Re recordó cómo Francisco dedicó su pontificado a los pobres, los migrantes y los marginados, defendiendo siempre una Iglesia abierta y una humanidad fraterna.
También destacó su incansable llamado a la paz en medio de conflictos bélicos como los de Gaza y Ucrania, y su famosa exhortación a «construir puentes y no muros». El funeral marcó el inicio de los tradicionales Novendiales, nueve días de luto oficial, y dejó una huella profunda en la historia reciente de la Iglesia Católica. Ahora, el Vaticano se prepara para elegir a su sucesor en un cónclave que reunirá a 133 cardenales electores. Francisco, el pastor humilde y cercano, descansa en la basílica que tantas veces visitó en vida, dejando como herencia su mensaje de misericordia, esperanza y compromiso con los más vulnerables.