Texas, tierra de vaqueros, petróleo y fieros debates políticos, hoy es escenario de una confrontación que va mucho más allá de sus fronteras. En medio de una sesión especial convocada a mitad de 2025, la mayoría republicana en la legislatura estatal emprendió un movimiento inusual: redibujar el mapa electoral federal con un objetivo claro y nada disimulado —sumar cinco escaños más para su partido en el Congreso de Estados Unidos.
El senador estatal Phil King, encargado del comité de redistribución, lo dijo sin maquillaje:
“Mi primer objetivo es crear un plan que elija a cinco republicanos más para el Congreso de Estados Unidos”.
Detrás de ese mapa está, según múltiples reportes, la mano del expresidente Donald Trump, quien no ha escondido su apetito de poder: “Ganamos Texas y tenemos derecho a cinco escaños más”, sentenció.
Actualmente, los republicanos controlan 25 de los 38 distritos federales texanos. Con este nuevo trazo, prácticamente borrarían la presencia demócrata. Lo que en los pasillos del Capitolio estatal se discute como un simple ajuste de líneas, en realidad es la pieza de un tablero nacional que podría redefinir el equilibrio político en Washington y, de paso, blindar a Trump y su partido para las próximas elecciones presidenciales.
El laboratorio de una “minoría de gobierno”
La batalla texana no es aislada. Forma parte de un fenómeno que ya marcó elecciones presidenciales pasadas: gobernar con menos votos que la oposición. El Colegio Electoral —ese viejo mecanismo constitucional— ha permitido que en 2000 y 2016 los republicanos ganaran la Casa Blanca sin mayoría popular.
Ahora, la estrategia se replica a nivel de distritos: el llamado gerrymandering que acomoda a los votantes como piezas de rompecabezas para asegurar el control legislativo, incluso si se pierde en votos totales. Con 40 votos electorales en juego, Texas es la joya de la corona.
La jugada es clara: si Texas permanece bajo control republicano, no solo garantiza escaños en la Cámara, sino que mantiene un gobierno estatal capaz —en escenarios extremos— de designar electores presidenciales sin respetar el voto popular, alegando “irregularidades”.
El contragolpe demócrata: huir para frenar
Ante la inminente aprobación del nuevo mapa, los demócratas texanos aplicaron una maniobra ya conocida en la política local: abandonar el estado para romper el quórum legislativo. Con maletas listas, decenas de legisladores volaron a Illinois, California y hasta Washington D.C., dejando al gobernador Greg Abbott con el recinto vacío.
La medida congeló temporalmente el proceso. Pero Abbott no tardó en amenazar: “Si no vuelven, serán detenidos y escoltados de regreso”, amparado en interpretaciones legales del fiscal general Ken Paxton. Aunque en la práctica, mientras permanezcan fuera de Texas, no pueden ser tocados por la policía estatal.
El antecedente no es alentador para ellos: en 2003 y 2021, fugas similares solo retrasaron leyes que finalmente se aprobaron. Pero esta vez, la fuga logró algo más: nacionalizar el debate. Gobernadores como Gavin Newsom (California) y Kathy Hochul (Nueva York) respaldaron públicamente la causa, advirtiendo que lo que pasa en Texas podría repetirse en otros estados.
Ciudadanos alzando la voz… y el puño
En audiencias públicas maratónicas, activistas y vecinos comunes de Austin, Houston o Corpus Christi denunciaron el rediseño como un golpe a la democracia. “Esto no tiene nada que ver con representar mejor a la gente”, dijo la representante Jon Rosenthal.
El clímax llegó en un episodio surrealista: un activista ultraconservador, apodado “Pastor Dan”, arremetió contra una asistente demócrata, quien empujó una silla al salir indignada. El gesto le valió ser arrestada y enfrentar un delito grave que, de ser condenada, le quitaría el derecho al voto. Una postal perfecta de la asimetría de poder que domina el Capitolio texano.
¿Fin del juego democrático?
Para los republicanos, el riesgo electoral es mínimo: buscan construir un sistema donde no dependan del permiso de las mayorías. Para sus críticos, es la antesala de una “democracia de utilería”, donde las elecciones se convierten en trámite y el mapa, en arma.
Lo que ocurre en Texas es mucho más que política local: es un mensaje al país de que, con las herramientas adecuadas, una minoría puede gobernar sin miedo a perder. Y si esta estrategia funciona, no será la última vez que el mapa de un estado cambie el rumbo de una nación.









