El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, encendió nuevamente las tensiones comerciales al anunciar que a partir del 1 de agosto se impondrán aranceles del 30% a todos los productos provenientes de la Unión Europea. La medida, comunicada mediante una carta publicada en su plataforma Truth Social y dirigida a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se suma a los aranceles sectoriales ya existentes y busca, según Trump, “proteger los intereses estadounidenses frente a prácticas desleales”.
Ante este anuncio, von der Leyen reiteró la disposición de Bruselas para alcanzar un acuerdo comercial “justo” antes de la fecha límite, pero advirtió que la UE está lista para defender sus intereses con medidas recíprocas si las negociaciones fracasan. “Tomaremos todas las medidas necesarias para salvaguardar nuestros intereses, incluidas contramedidas proporcionadas si es necesario”, afirmó, destacando que el objetivo sigue siendo evitar una escalada que afecte a millones de consumidores y empresas a ambos lados del Atlántico.
El presidente francés, Emmanuel Macron, reaccionó con mayor dureza, calificando los nuevos aranceles de injustificados y pidiendo que la Comisión Europea actúe con determinación. Macron instó a preparar contramedidas “creíbles” que demuestren la unidad europea y subrayó que es momento de “movilizar todos los instrumentos disponibles, incluidos los mecanismos de anticoacción” para proteger a la industria y la economía del bloque.
En contraste, países como España y Alemania apostaron por mantener abierta la vía del diálogo para evitar una guerra comercial que podría impactar especialmente a sectores clave como el automotriz, agrícola y tecnológico. Sin embargo, reconocieron que la UE no puede mostrarse pasiva ante la imposición unilateral de nuevas barreras comerciales.
El endurecimiento del discurso europeo refleja la creciente preocupación por el impacto que esta medida tendría en un contexto global marcado por la incertidumbre económica y la presión inflacionaria. Analistas advierten que, de concretarse los aranceles, la respuesta europea podría incluir gravámenes similares a productos estadounidenses, afectando desde alimentos hasta tecnología y energéticos.
Con la fecha límite del 1 de agosto acercándose, el pulso comercial entre Washington y Bruselas marca un momento clave que pondrá a prueba la capacidad de ambas partes para evitar una escalada que reviva los temores de una guerra comercial a gran escala.