Cada año, en el aniversario de los atentados del 11 de septiembre de 2001, los familiares de las víctimas se reúnen en la «Zona Cero» de Nueva York para conmemorar a sus seres queridos. Este solemne acto se ha convertido en una tradición, en la que los nombres de las 2,977 personas que perdieron la vida ese fatídico día son leídos en voz alta. Aunque el dolor de quienes vivieron la tragedia sigue presente, en los últimos años ha surgido una nueva generación que también se ha sumado a la tarea de mantener viva la memoria de las víctimas. Estos jóvenes, hijos y familiares de aquellos que murieron en los atentados, no presenciaron el ataque, pero han heredado el compromiso de recordar a sus seres queridos.
Una de las frases más conmovedoras que se escuchan durante estas ceremonias es: «Nunca pude conocerte». Estas palabras, pronunciadas por los jóvenes que participan en los homenajes, reflejan el impacto intergeneracional del 11 de septiembre. Muchos de ellos son hijos de víctimas que aún estaban en el vientre de sus madres cuando ocurrieron los atentados, o niños demasiado pequeños para comprender la magnitud de lo sucedido. A pesar de no haber conocido a sus padres, abuelos o tíos, estos jóvenes han asumido la responsabilidad de preservar el legado de sus familiares.
El 11 de septiembre de 2001, terroristas de Al Qaeda secuestraron cuatro aviones y los estrellaron contra las Torres Gemelas, el Pentágono y un campo en Pensilvania, en uno de los peores ataques de la historia de Estados Unidos. Desde entonces, cada aniversario se ha convertido en un día de reflexión y homenaje. Durante las ceremonias, los familiares leen en voz alta los nombres de las víctimas, en un ritual que se ha vuelto central para la conmemoración de la tragedia.
Lo que ha destacado en las ceremonias recientes es la participación de jóvenes que, aunque no vivieron el ataque, sienten profundamente la necesidad de mantener viva la memoria de las víctimas. Durante la ceremonia del año pasado, 28 de estos jóvenes leyeron los nombres de las víctimas, y se espera que su participación siga creciendo. Muchos de ellos son hijos de personas que murieron en los atentados, cuyos cónyuges estaban embarazados en ese momento. Otros son sobrinos, nietos o familiares cercanos que han tomado la responsabilidad de asegurar que la historia de sus seres queridos no sea olvidada.
Uno de estos jóvenes es Allan Aldycki, de 13 años, quien ha leído los nombres de las víctimas en varias ceremonias, incluyendo el de su abuelo, Allan Tarasiewicz, un bombero que perdió la vida en los ataques. Para Allan, participar en esta ceremonia es una forma de honrar a su abuelo, a quien nunca conoció, pero de quien ha escuchado muchas historias. «Desearía haber tenido la oportunidad de conocerte realmente», dijo Allan durante la ceremonia del año pasado, mientras recordaba a su abuelo. A través de este acto, siente que se conecta con él y con su legado.
Allan también ve en su participación una oportunidad para educar a otros sobre el 11 de septiembre. Ya ha comenzado a enseñar a sus compañeros de clase sobre los atentados, dado que muchos de ellos saben poco o nada sobre lo que ocurrió ese día. Para él, es importante que las generaciones futuras comprendan el impacto del 11 de septiembre y continúen recordando a las víctimas. «Es un honor poder enseñarles porque puedes hacerles conocer su herencia y lo que nunca deben olvidar», comentó.
Este ritual de recitar los nombres de los muertos no es exclusivo del 11 de septiembre. Monumentos de guerra en todo el mundo honran a los caídos de manera similar, leyendo sus nombres en voz alta como una forma de mantener viva su memoria. En el Memorial del 11-S en Nueva York, se lleva a cabo esta tradición cada año, en la que se leen los nombres de las 2,977 víctimas de los atentados, así como los de las seis personas que murieron en el atentado de 1993 en el World Trade Center. A cada lector se le asigna un subconjunto de nombres para pronunciar en voz alta, y muchos de ellos también aprovechan la oportunidad para compartir recuerdos personales y detalles conmovedores sobre sus seres queridos.
Otra joven que ha participado en la ceremonia es Capri Yarosz, de 17 años, quien ha leído los nombres de las víctimas en dos ocasiones, recordando a su tío, el bombero Christopher Michael Mozzillo. «A menudo pienso en cómo, si todavía estuvieras aquí, serías uno de mis mejores amigos», dijo Capri el año pasado, reflexionando sobre la relación que habría tenido con su tío si no hubiera fallecido en los ataques.
Callaway Treble, de 18 años, también ha asumido la responsabilidad de mantener viva la memoria de las víctimas. Desde los 13 años ha participado en la lectura de nombres, recordando a su tía Gabriela Silvina Waisman, quien murió en los ataques. Para Callaway, es crucial que la frase «nunca olvidar» no se quede solo en palabras, sino que se traduzca en acciones concretas para preservar el legado de las víctimas.
A medida que pasa el tiempo, los hijos de las víctimas han crecido y han comenzado a asumir un papel más activo en las ceremonias. Hoy en día, más de 100 jóvenes que nacieron después del 11 de septiembre participan en estos actos conmemorativos, llevando consigo el legado de aquellos que nunca conocieron. «Aunque nunca nos conocimos, es un honor para mí llevar su nombre y legado conmigo», dijo Manuel DaMota Jr. en la ceremonia del año pasado al recordar a su padre.
El legado del 11 de septiembre sigue vivo en estas nuevas generaciones, quienes se esfuerzan por asegurar que el sacrificio de sus seres queridos nunca sea olvidado. Para ellos, la ceremonia es más que un simple homenaje; es una forma de mantener viva la memoria de quienes fallecieron y de transmitir esa responsabilidad a las generaciones futuras.
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