Conor Tracey, portero del Auckland City, vivió uno de los momentos más difíciles de su carrera futbolística al encajar diez goles frente al Bayern Múnich en el Mundial de Clubes 2025. A pesar de la abultada derrota, su historia ha captado la atención mundial no por lo ocurrido en el campo, sino por su vida fuera de él. Tracey trabaja de forma cotidiana en un almacén de una empresa farmacéutica veterinaria en Nueva Zelanda, un empleo que demanda gran esfuerzo físico y que lo ha hecho más propenso a lesiones. La falta de tiempo para una recuperación adecuada es un lujo que, como jugador semiprofesional, no puede permitirse.
El compromiso con su equipo lo llevó a sacrificar días de vacaciones, algunos con goce de sueldo y otros no, para poder estar presente en el torneo internacional y enfrentarse a gigantes como Bayern, Benfica y Boca Juniors. Lejos de lamentarse, Tracey afirma que todo el sacrificio ha valido la pena por cumplir el sueño de jugar en un Mundial de Clubes. Esta situación no es única dentro del equipo neozelandés. El capitán, Mario Ilich, también compagina el futbol con su trabajo como representante de ventas para Coca-Cola. Su rutina comienza a las cinco de la mañana, trabaja toda la jornada y luego atraviesa la ciudad para llegar a los entrenamientos, que terminan cerca de las nueve de la noche.
En Auckland City, la mayoría de los jugadores debe dividir su tiempo entre el futbol y otras actividades laborales o académicas. La realidad del futbol semiprofesional en Nueva Zelanda está marcada por la pasión y el sacrificio, factores que no aparecen en el marcador pero que reflejan el verdadero espíritu deportivo.