La COP29, celebrada en Bakú, dejó un sabor agridulce al proponer que los países ricos aporten 300 mil millones de dólares anuales hasta 2035 para financiar a las naciones en desarrollo frente al cambio climático. Aunque líderes como el secretario general de la ONU, António Guterres, y el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, calificaron el acuerdo como una base importante, múltiples voces expresaron descontento por la falta de ambición en las metas de mitigación y transición energética.
Países insulares y las economías más vulnerables, representados por la alianza AOSIS, abandonaron una reunión en señal de protesta al sentir que no se les había escuchado. Cedric Schuster, enviado de Samoa, insistió en la insuficiencia de los compromisos asumidos, mientras que más de 300 ONG instaron a abandonar la cumbre si no se mejoraban las condiciones de financiación. Marina Silva, ministra brasileña de Medio Ambiente, calificó el monto como una «buena base», aunque insuficiente, subrayando la necesidad de dejar atrás décadas de discusiones estériles.
A pesar de los desacuerdos, la COP29 marcó un hito en finanzas climáticas, según el comisario de la UE, Wopke Hoekstra. Sin embargo, no abordó puntos clave como un dispositivo de control anual para la transición energética ni una mención explícita a la eliminación gradual de los combustibles fósiles, avances logrados en la COP28 de Dubái.